domingo, 5 de enero de 2014

2da Carta: No permita que el miedo a la dificultad lo paralice

Sobre la segunda carta de Freire me encuentro en desacuerdo con el nombre del capítulo. En ella el autor comienza a hablar del miedo que puede surgir en el individuo al momento de enfrentar un reto que pareciera superarlo, sin embargo -y lo que a mi consideración es más importante- posteriormente habla de cómo el miedo puede ser heredado a los estudiantes.
Durante el inicio de la carta, Freire comienza a hablar del miedo a los grandes retos -considero que este es un atrevimiento que le debemos dejar a aquellos autores de superación personal- no obstante, conforme avanza en su escritura, delinea un nuevo tema: la interpretación crítica de un texto, y luego retoma el supuesto tema principal de la carta: el miedo a realizar este arduo trabajo. Cuando Freire concluye la carta, me permite vislumbrar algo mucho más interesante: los miedos heredados de profesores a estudiantes.
¿Por qué hablo de esto? Aunque no lo pareciera, Freire deja entrever el hecho de que como profesores podemos caer en un error horroroso: heredar nuestros miedos a los estudiantes. Y no se trata, como pudiera parecer en la carta de Freire, que solamente se herede el miedo a hacer una lectura crítica de los textos Esta herencia de los miedos puede llevar a nuestros alumnos hasta conductas nuestras que reconocemos inapropiadas pero que seguimos llevando a cabo.
Permítanme explicarme: como profesores no solamente construímos un discurso para que los alumnos nos entiendan, nosotros mismos tenemos un discurso generado de acuerdo a nuestra propia individualidad. Ahora, los alumnos, como seres completamente perceptivos, no se detienen a inquirir qué parte del discurso generado por nosotros es el que deben "aprender" y cuál pertenece solamente a nuestra persona. No existe una diferencia para ellos entre lo que les decimos en clases y lo que podemos comentar fuera del aula. Entonces, cada acto, cada palabra, cada conducta se vuelve parte de la herencia que le transmitimos a nuestros alumnos, y así como podemos ser una fuente del saber, también podemos serlo de corrupción o temor.
En la entrada anterior mencionaba cómo la enseñanza transforma también nuestra persona, pues como docentes, críticos de nuestro trabajo, también debemos darnos cuenta de qué otras cosas estamos inculcando a nuestros alumnos, más allá de los contenidos de las asignaturas. En nosotros puede radicar la diferencia entre unos buenos ciudadanos conscientes y críticos de su situación o simples seres enajenados que se encargan de repetir patrones y conductas de manera autómata.
En mi opinión, esta carta debería llamarse: la herencia del docente.

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